En el capítulo 15 del libro de Génesis, encontramos a Abraham en un momento de reflexión y preocupación. A pesar de las bendiciones que ha recibido de Dios, Abraham todavía se siente inquieto por el hecho de no tener un hijo que herede todas las promesas que Dios le ha hecho. Pero Dios, en su infinita bondad, se revela a Abraham en una visión y le dice: «No temas, Abraham, yo soy tu escudo y tu gran recompensa.» Esta declaración de Dios debería haber sido suficiente para tranquilizar a Abraham, pero su mente sigue llena de dudas y preocupaciones.
Abraham se lamenta ante Dios y le dice que su heredero será uno de sus siervos, ya que no tiene un hijo propio. Sin embargo, Dios le asegura a Abraham que no será un siervo quien herede sus bendiciones, sino un hijo nacido de su propia descendencia. Para reforzar su promesa, Dios lleva a Abraham fuera de su tienda y le pide que mire al cielo y cuente las estrellas. Dios le dice que su descendencia será tan numerosa como las estrellas en el cielo. Y Abraham, en un acto de fe, cree en la promesa de Dios, y esto se le cuenta por justicia.
Pero Abraham todavía necesita una confirmación tangible de esta promesa. Entonces, Dios le pide que prepare un sacrificio, divida los animales en dos partes y los coloque frente a él. Abraham debe permanecer junto a los animales divididos hasta que llegue la oscuridad. Durante este tiempo, experimenta una terrible oscuridad y escucha la voz de Dios que le revela más detalles sobre el futuro de su descendencia, incluyendo el tiempo que pasarán como extranjeros en tierras ajenas. Aunque la oscuridad y las dificultades que enfrentarán son reveladas a Abraham, también se le asegura que Dios castigará a las naciones que los opriman y finalmente saldrán de esa tierra con gran riqueza.
Dios, en su infinita sabiduría y amor, confirma su pacto con Abraham de una manera inusual. En lugar de pasar entre los animales como era la costumbre en los pactos humanos, Dios pasa en forma de un horno humeante y una antorcha de fuego. Dios sella su promesa con Abraham, consumiendo completamente los animales sacrificados. Esta imagen simbólica representa el compromiso inquebrantable de Dios con su pueblo y su voluntad de cumplir las promesas que ha hecho.
El patriarca Abraham, a pesar de sus dudas y preocupaciones, ejemplifica una fe firme y confiada en Dios. Aunque las circunstancias parecen desalentadoras y las promesas parecen imposibles, Abraham creyó en la palabra de Dios y fue considerado justo por ello. Su fe no se basaba en lo que podía ver o entender, sino en la confianza en el carácter y la fidelidad de Dios.
Como creyentes hoy en día, podemos encontrar consuelo y esperanza en la historia de Abraham. A menudo enfrentamos desafíos y situaciones que parecen imposibles de superar. Pero al igual que Abraham, podemos confiar en las promesas de Dios y aferrarnos a su fidelidad. A través de la fe en Jesucristo, somos considerados justos ante Dios y podemos experimentar la plenitud de sus bendiciones.
Esta historia también nos recuerda la importancia de la paciencia y la espera en la vida de un creyente. Dios no siempre actúa según nuestro cronograma o de la manera que esperamos, pero podemos confiar en que Él siempre cumple sus promesas en su tiempo perfecto.
En conclusión, el capítulo 15 del libro de Génesis nos muestra la fe inquebrantable de Abraham y la fidelidad constante de Dios hacia sus promesas. A través de esta historia, somos desafiados a confiar en la palabra de Dios y a esperar pacientemente en su perfecto plan. En medio de nuestras dudas y preocupaciones, podemos encontrar consuelo y seguridad en el carácter inmutable de nuestro Dios. Que esta historia nos inspire a creer más profundamente en las promesas de Dios y a esperar con confianza en su fidelidad.
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